Mi querida tía Carmen en su viejo fogón, extendiendo el dulce de leche
Cuantos recuerdos se cocían mientras chisporroteaba la
candela bailando sobre la leña ardiendo y el negro humo huía por el techo.
No importaba si eran rústicas
vasijas de barro o hierro nuestras abuelas, tías, madres con alegría cocinaban
y las servían en utensilios hechos de tapara, de peltre, de aluminio.
Se cocinaba con tan poco aderezo, todo era natural, maíz, huevos,
animales de casería o de corral, pescados, lo que cada quien podía cazar, sembrar
y cosechar
Unos tenían más otros tenían menos, pero ricos manjares a su
manera a pesar de todo hacían, hasta un caldo con poco sabía a gloria.
Los aromas que salían de estos fogones olían a familia que
cocinaba unida, todos aportando algo, trabajando en conjunto para lograr el rico
alimento.
Unos cortaban la leña, otros buscaban el agua del río o de
los pozos y manantiales, otros preparando la cecina de algún animal de corral o silvestre y moliendo el maíz.
Los sabores estaban salpicados de amor, bondad, cariño,
unión, respeto, admiración, aún en los recuerdos más profundos de nuestra mente
se sienten.
El humo que salía por el techo viajaba con el viento e
impregnaba todo a su alrededor, no importando lo lejos que uno estuviera hasta
allá llegaba indicando que algo rico le esperaba.
Que agradecidos eran con Dios y la madre naturaleza, todo se
cocinaba y se comía y si alguien venía de improviso alcanzaba, más por la
bondad que por lo del dicho “mejor llegar a tiempo que ser convidado”.
Se cocinaba esperanza, motivación de superación,
autenticidad, sentimientos profundos, amor por la familia y el terruño.
Como en todo también se cocinaban sus excepciones, no todos
son iguales y en la viña del Señor se cuece de todo.
Grandes o pequeños para muchos fascinantes, eran el sitio de
reunión cuando la brasa mermaba, mustia y gris apagadita quedaba cuando ya
todos satisfechos habían degustado todo.
También ricos postres se preparaban, arroz con leche, dulce
de leche, si había lechosas y limoson ricos dulces salía, todo con su sabor típico ahumado hecho en
brasa.
Y nada podía faltar a la hora de merendar, desayunar o cenar “ligero”,
ricos atoles también se cocían como el fororo y la mazamorra.
Un tinglado de bahareque o zinc casi siempre al lado era el
sitio preferido de los visitantes, mientras un rico café se colaba y recolaba a
la vieja usanza.
Que de tiempos aquellos de los viejos fogones de mi tierra,
el progreso llegó, nuestra vida cambió, como ruinas unos, otros dieron paso a nuevas
cocinas y estufas de querosene y gas.
Ahora se construyen elegantes y funcionales cocinas todas equipadas,
con baterías de ollas y calderos, vajillas de porcelana y materiales
contemporáneos
Ahora casi todo es comparado, todo es congelado, todo es “a
la carte”, todo es “self service”, todo es gourmet, muy poco hecho en casa.
Ahora todo sabe a progreso, a franquicias, a ricas y
novedosas especias, a nuevos productos.
A veces las familias comen juntas otras no, a veces comparten
mientras lo hacen muchas otras no.
Dedico este relato a mis antepasados, a mi bisabuela Machopa,
a mis abuelas Meda y María y a mis querida tías Carmen Sánchez de Piña, Thelma
y Ofelia Martínez, a mi querida tía Zoila Sánchez quien todavía gracias a Dios
está con nosotros, en especial al viejo fogón de la tía Carmen aún funcionando y
también al de mi abuela María donde por años se hicieron arepas de maíz pilao para
vender porque me ayudaron a escribir este relato … Sé que en el cielo las que
partieron deben tener uno, conociéndolas no se quedaron quietas, eran de otra
cepa, de otra estirpe.
