MAMÁ

MAMÁ

Por Carmen Martínez

Una suave brisa fresca y cálida a la vez, choca a mi mejilla primero y luego envuelve mi cuerpo juguetonamente, no me deja caminar, avanzo y me detiene y así voy por el camino a casa, donde sé que estarás preparando el almuerzo, apurada porque tienes muchas otras cosas que hacer y pronto pasaran tus novelas preferidas, en tu canal preferido, que cosa no, todo es rutinario y si no lo haces tú habitual rutina.

Nada más entrar el olor de ese pollo frito hace que corra a cambiarme de ropa y esperar que nos sirvas en la mesa, siguiendo tu repartición, dándonos a cada uno la presa o parte del pollo que más nos gusta. Y sin poder repetir porque somos muchos, pero siempre quedábamos conformes y satisfechos.

De lunes a lunes la guerra para ir a la escuela, el liceo o la universidad, para despertarnos, que no nos dejara el autobús y estar pendientes de nosotros, si algo nos faltaba, si necesitábamos ayuda de otros, de mantener la casa y nuestras vidas en completo orden y limpieza hasta que se pudo, porque gracias a Dios nos enseñaste a hacer de todo, como te preparabas para dos tareas que nunca me han gustado, lavar y planchar y es que como éramos 9 cuanto te tomaba un día completo ejecutarlas, amén de las 3 comidas y todo lo demás generalmente lo hacías los sábados; al final ya lo hacías hasta en cualquier momento, hasta cuando no había sol, como cambian las cosas. Con cuanta entrega y paciencia hacías todo, no reclamabas nada, era tu forma de ser, como te habían criado, como vistes que era la forma que se hacía cuando se era una ama de casa y cabeza de familia, porque eras la siempre estaba en casa, en ese santuario que hiciste porque muy poco salías.

¡Oh!, el domingo era religioso, de la misa y la sopa de gallina, no recuerdo momento de la infancia, adolescencia y parte de nuestra vida de adultos, que un sancocho de gallina no hicieras y aunque la vida y las circunstancias trae cambios, ya no estábamos todos, cada quien hizo su vida, mas sin embargo, esa costumbre no la perdiste, los domingos eran para ti sagrados, y cuando repartías el sancocho de gallina debías ahora apartar no solo para cada uno de nosotros sino un poquito más para que compartieran con sus respectivas familias.

Y es que nunca cambiaste, te cambió la vida, pero tú no querías cambiar tus costumbres arraigadas, porque era como decir que ya no valías nada, cuando valías mucho, te esforzabas por mantener todo y casi lo lograste hasta el final, porque tu fortaleza era tal, que aunque estuvieras grave, con dolor y sin fuerzas, no dejabas que eso te detuviera y como la siempre viva, ponías una sonrisa o una mueca de ella a la vida, a nosotros.

Las costumbres que pasaron a ti, nos las dejaste, y como cada quien es cada quien, puede que alguno de nosotros no la siga, o por el contrario se la trasmita a sus propios hijos, sobre todo en la alimentación, muy a pesar de las comidas típicas de nuestro estado, nos acostumbraste a las comidas de tu terruño natal, como te acostumbraron a ti.

Otra suave brisa, me abraza y me remonto a esos días una y otra vez… que poder tiene la brisa para hacerlo, quiero correr a casa, cambiarme la ropa, sentarme a la mesa y si es domingo esperar que me des el ante muslo del pollo, la presa que me más me gusta de el, porque también me gustan los huesos pero eran los tuyos, ahora no me importa cuál sea, ya no estas, ya no es importante, más lo eras tú, lo demás eran solo las conexiones que fuiste a lo largo de nuestras vidas dejando para que nunca te olvidáramos, para que al vivirlas te mantuviéramos presente…pero eso no hace falta porque cada vez que una suave brisa fresca y cálida me envuelva, no tengo ya que correr… solo dejar que siga envolviéndome… porque seguro en ella estas tu … como siempre… querida mamá.